La llegada de un misterioso retrato de Cruz a palacio lo trastoca todo, especialmente a Manuel, cuya herida por la muerte de Jana sigue completamente abierta. Es como si su madre hubiese vuelto a palacio.
El joven heredero, que aún no ha superado la pérdida, se enfrenta a un inesperado golpe al ver de nuevo el rostro de quien considera culpable de todo su dolor.
El marqués impone una orden tajante: nadie debe tocar el retrato enviado por Cruz. La obra es instalada en un lugar privilegiado de la mansión, pero su sola presencia comienza a alterar el ánimo de todos los que viven bajo ese techo.
Eleonora, profundamente preocupada por Manuel, teme que esta imagen pueda sumirlo aún más en la tristeza. Y no se equivoca: el joven, al contemplar el rostro pintado de su madre, revive el momento en que Jana desapareció de su vida.
Como si el ambiente no fuera ya lo bastante tenso, Cristóbal toma una medida impopular entre el servicio: a partir de ahora, los almuerzos y comidas deberán organizarse por turnos.
La decisión, que pretende imponer orden, desata un fuerte malestar en la servidumbre, acostumbrada a compartir esos momentos como un breve respiro a su rutina.
